¿Pueden las almas
del purgatorio interceder por nosotros?
Formulamos
la pregunta en torno a la debatida cuestión de si podemos invocar a las almas
del purgatorio para que ellas intercedan por nosotros, alcanzándonos de Dios
alguna gracia. Las opiniones están divididas entre los teólogos. Hay razones
fuertes por uno y otro lado; pero creemos que se puede llegar sin esfuerzo a un
término medio razonable. Vamos a exponer las razones opuestas y luego
precisaremos la solución que nos parece más probable. Hay
muchos que opinan que: es inútil invocarlas, puesto que no se enteran de
nuestras peticiones. Los bienaventurados del cielo ven reflejados en la esencia
divina todos nuestros deseos y peticiones, sobre todo los que tienen relación
con ellos mismos; pero las almas del purgatorio no gozan todavía de la visión
beatífica. Es inútil invocarlas.
Las almas
del purgatorio, aunque son superiores a nosotros en cuanto a que son
impecables, son inferiores en cuanto a la situación penal en que se encuentran.
No están en estado de orar por nosotros, sino más bien de que nosotros oremos
por ellas. La oración litúrgica de la Iglesia es una oración perfecta, a la que
nada le falta. Ahora bien: jamás se hace en ella la menor invocación a las
almas del purgatorio para que nos ayuden con sus oraciones. Este silencio de la
Iglesia es muy aleccionador. Se
concibe muy bien la invocación de los santos que gozan ya de Dios y no
experimentan necesidad alguna. Pero parece poco delicado pedir algo a quién
está sufriendo y necesita más de nosotros que nosotros de él. Nadie da lo que
no tiene. Y como el fondo substancial de todas nuestras peticiones ha de ser la
bienaventuranza eterna, mal nos la puede obtener quien no la posee todavía.
Hay otros
que opinan que: las almas del purgatorio están unidas a nosotros por los
vínculos de la caridad. Ahora bien: la caridad, como enseña santo Tomás, es
una amistad que supone el intercambio de los propios bienes. Luego, si
nosotros les ofrecemos nuestras oraciones, en justa reciprocidad caritativa nos
ayudarán ellas con las suyas. No olvidemos que conservan el recuerdo y el amor
de los seres queridos y se abrazan, además, en una caridad universal. No
importa que no conozcan nuestras peticiones particulares. Saben muy bien que
estamos llenos de necesidades y pueden pedir al Señor que nos ayude, aunque
ignoren concretamente en qué. Tampoco sabemos nosotros si están o no en el
purgatorio nuestros seres queridos y, sin embargo, les enviamos sufragios por
si lo hubiera menester. Aparte de que, como dice el mismo santo Tomás, pueden
enterarse de lo que ocurre en la tierra por lo que les digan los que van
llegando al purgatorio, o el ángel de la guarda, o una especial revelación de
Dios.
Es cierto
que por su estado penal están en situación inferior a nosotros. Pero téngase en
cuenta que la oración no se apoya en derecho alguno sobre la justicia de Dios,
sino en la pura misericordia y liberalidad divina. De lo contrario, habría que
decir que los pecadores no pueden impetrar nada de la misericordia de Dios –lo
que sería una herejía–, ya que su situación es muy inferior a la de las almas
del purgatorio, que al fin y al cabo están en gracia y amistad con Dios y
tienen asegurada su salvación eterna. Por otra
parte, la magnitud de sus sufrimientos no les impide el libre uso de sus
facultades psicológicas, ya que el embotamiento de la mente, que en este mundo
suele producir el dolor demasiado intenso, procede de las facultades orgánicas
al servicio de la inteligencia. Las penas del purgatorio, aunque intensísimas,
son de orden estrictamente espiritual.
El dogma
de la comunión de los santos proporciona otro argumento muy fuerte. Hay una
influencia mutua y como una especie de flujo y de reflujo entre las tres
regiones de la Iglesia de Cristo: triunfante, purgante y militante. Ahora bien:
¿en qué puede consistir esa influencia de
la purgante sobre la militante sino en las oraciones que esas santas almas
ofrezcan a Dios por nosotros? Esta ley es universal, y los lazos de la caridad
que unen al purgatorio con la tierra caen bajo esta ley. Es
cierto, en fin, que la Iglesia nunca invoca en su liturgia a las almas del
purgatorio. Pero sabe que la costumbre de invocarlas está extendidísima en todo
el pueblo cristiano y nunca la ha prohibido ni desaconsejado. Más aún: existe
una oración dirigida a las almas del purgatorio que fue indulgenciada por León
XIII (14 de diciembre de 1889). En ella se pide a las almas que intercedan ante
Dios “por el Papa, la exaltación de la
santa madre Iglesia y la paz de las naciones”.
Como podemos
ver, los argumentos son fuertes por uno y otro lado. Teniendo en cuenta la
parte de razón que tengan ambas opiniones y la práctica casi universal de los
fieles de invocar en sus necesidades a las almas del purgatorio, nos parece que
puede concluirse razonablemente lo siguiente:
-no hay
inconveniente en invocar a las almas del purgatorio en nuestras necesidades;
pero teniendo a nuestra disposición la poderosa intercesión de la Santísima
Virgen y de los santos del cielo –muy superior en todo caso a la de las almas
del purgatorio– y siendo poco delicado pedir una limosna al que en cierto
sentido la necesita más que nosotros, hemos de preferir ofrecerles
desinteresada y espléndidamente nuestros sufragios sin pedirles nada en
retorno.
-si las
almas del purgatorio pueden aparecerse a los vivos. Naturalmente hablando, las
almas del purgatorio están desconectadas de la tierra, y sólo por una
intervención divina de tipo milagroso y con alguna finalidad honesta
–escarmiento de los vivos, petición de sufragios, etc. – podría producirse su
aparición ante nosotros.
-su
posibilidad no puede ponerse en duda. Naturalmente no pueden ponerse en
contacto con nosotros, no sólo porque están desconectadas de las cosas de la
tierra, sino porque nadie puede ver sin ojos, ni escuchar sin oídos, ni sentir
sin sentidos. Pero Dios puede muy bien concederles el poder de hacerse
visibles a nuestros ojos, ya sea uniéndose momentáneamente a un cuerpo
que las represente, o por medio de un ángel que desempeñe su papel acaso
ignorándolo la misma alma.
En la
mayoría de los casos, la aparición, aun siendo verdadera y milagrosa, no
se realizará sino en la apreciación subjetiva del que la recibe, como podría
ser por una inmutación milagrosa de sus ojos o de su imaginación. Ciertas vidas
de santos están llenas de relatos maravillosos concernientes a apariciones de
almas del purgatorio. Un caso para recordar es la recomendación del apóstol Pablo:
Aunque
nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro Evangelio distinto del que os
hemos anunciado, sea anatema. (Gál 1,8).
Las
visiones y revelaciones privadas no pueden completar, ni siquiera explicar, el
depósito de la fe. La razón es por que no puede haber en ellas certeza absoluta
de su origen divino ni de la verdad de su contenido. La Iglesia con prudencia
puede interpretar y proponer si dichas visiones o manifestaciones son reales.
Por lo mismo, la aprobación o la recomendación concedida por la Santa Sede a
algunas revelaciones privadas no significan en modo alguno que la Iglesia
garantice su origen divino o que su contenido es verdadero, sino únicamente
que, interpretadas razonablemente, no contienen nada contra la fe y pueden
incluso contribuir a la edificación de los fieles.
Tales
apariciones o revelaciones las tiene la Iglesia:
a) Como
posibles, puesto que no las rechaza a priori cuando hay lugar a someterlas a su
juicio.
b) Como
reales en ciertos casos, puesto que ha autorizado e incluso aprobado muchas de
ellas, sea por sentencias permisivas o laudatorias, sea por la canonización de
los santos a quienes habían sido hechas, sea por la aprobación o el
establecimiento de fiestas litúrgicas basadas en ellas.
c) Como
relativamente raras, porque siempre las somete a examen, si no con una positiva
desconfianza, al menos con extrema circunspección.
d) Como
necesariamente subordinadas a la revelación pública y hasta como justificables
por la teología, que es siempre llamada a juzgarlas a la luz de la fe católica.
e) Por
extrañas al depósito de revelación general y universalmente obligatoria, puesto
que nunca considera como herejes a los que rehúsan admitirlas, aunque en eso
puedan ser a veces imprudentes y temerarios.
Por aquí
se ve cuánta circunspección se impone cuando se trata de acoger revelaciones
privadas tocantes al purgatorio… Santa Brígida y Santa Matilde han suministrado
algunos datos interesantes; pero las revelaciones privadas que pueden acogerse
con más favor son las de Santa Catalina de Génova en su Tratado al Purgatorio,
que recibió en 1666 la aprobación de la Universidad de París… Fuera de este
pequeño tratado, que ha recibido una especie de pasaporte de la Iglesia, apenas
se conocen revelaciones privadas sobre el purgatorio que puedan ser de alguna
utilidad en teología.
Y si esto
hay que decir de las apariciones y revelaciones privadas que en nada pone en
duda la fe de las personas, se puede dar un juicio y/o llamado de atención de
las supuestas “materializaciones” de espíritus de los difuntos en sesiones
espiritistas, en las que, la mayoría de las veces vemos el fraude más burdo,
aprovechándose de la buena voluntad y necesidad de las personas, encaminándolos
por un camino de ignorancia y credulidad estúpida de estafadores o mercaderes
de la fe o de falsas esperanzas, afirmando que pueden ponerse en
"contacto" con seres del más
allá.