PROGRAMA Nº 1164 | 27.03.2024

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FRANCISCO ES UNA ESPERANZA PARA LOS GAY

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"El cura gay reza por la independencia”, lee en voz alta Krzysztof Charamsa en el diario español El Mundo, donde se lo ve saludando al intendente de Arenys de Munt, el pueblo catalán que organizó la primera consulta popular sobre la posible separación de Cataluña del resto de España. Y estalla en una carcajada: “¡Ja! Hablan del cura gay como si yo fuera el único. ¡Hay cientos, miles!” Ríe largo Charamsa, este teólogo polaco de 43 años que llevaba casi dos décadas en el Vaticano cuando anunció que es gay y que tiene pareja. Desde entonces, abandonó el clériman y se mudó a Barcelona con su novio, Eduard Plana, un empleado informático catalán de 44 años, que lo acompañó en la conferencia en la que el ex monseñor abrió los brazos delante de los micrófonos y dijo en italiano: “Hablaré en la lengua de Dante. He salido del closet y soy feliz. He pasado por un coming out que me ha devuelto a la verdadera felicidad de mi sacerdocio”.

También ahora ríe largo Charamsa. Como si necesitara desahogarse.
Hasta el día de su confesión –el 3 de octubre de este año–, este monseñor era secretario adjunto de la Comisión Teológica Internacional vaticana y, desde 2003, oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la ex Inquisición. Enseñaba, además, Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana y en el Pontificio Ateneo Regina Apostolorum de Roma. Con semejante currículum, su confesión puso el grito en el cielo: es la primera vez que un sacerdote de tan alto rango en el Vaticano confiesa su homosexualidad y se abraza con su pareja en público.

La sexualidad no se debería practicar dentro de la Iglesia, pero usted dice que hay muchos curas gay. ¿Acaso la sexualidad es tema de discusión entre los miembros del clero?
En el clero se vive la sexualidad como un espacio complejo, de tabú, de rechazo. De nuestra sexualidad no se habla. Es algo que debés tomar como si no fuera parte de vos. Entonces no hablamos de nuestra sexualidad. Pero todo el tiempo hacemos bromas. Es una manera de defendernos, de tocar siempre el tema sin abordarlo realmente. La sexualidad es parte de tu identidad personal y no importa si hay actos sexuales o no. Uno debe vivir la propia sexualidad en paz, en armonía. Somos corporales, no somos ángeles. La vida está marcada por cómo uno vive su sexualidad. Pero en la Iglesia existe sólo la heterosexualidad. Cualquier otra es vista como una desviación. Se la ha llamado de diversas formas: desde pecado hasta delito, desde enfermedad hasta desviación contra natura. La sexualidad en la mentalidad católica siempre fue algo no bueno, algo que se debía esconder. Tardamos muchos siglos en comprender que la sexualidad no sirve solamente para procrear. Sirve también para expresar amor.

¿Está en contra del celibato?
Los que elegimos el clero no hemos elegido el celibato sino que se nos ha impuesto una vida asexual sobre la cual la ciencia moderna tiene muchísimas dudas. Hoy, a la luz de la psicología y la antropología modernas, llevar una vida asexuada por obligación no es sano. El celibato es sano si es opcional. La Iglesia debe empezar a reflexionar sobre esta imposición. Hice muchísimos esfuerzos por entender las razones de la Iglesia para imponer el celibato. Y en un cierto momento me di cuenta de que corresponde a algo irracional. Los apóstoles de Jesús no eran célibes y muchos obispos en la Iglesia primitiva tenían mujeres. Pablo dice que hay que elegir por obispo a quien tenga una mujer y le sea fiel. ¿Sabés por qué? Porque si es un hombre maduro con mujer e hijos, y además sabe administrar su familia y su casa, será un buen obispo.

¿Cuándo se dio cuenta de que era homosexual?
Siempre lo supe. Y lo escondí y me odié. En la Iglesia, un homosexual debe encerrar su sexualidad dentro de sí mismo, debe odiar la propia identidad. Este es el sentimiento que se infunde. No importa tanto si has cometido actos homosexuales o no. En el clero somos especialistas en homofobia interiorizada, que es aquélla que del odio a uno mismo nos lleva a odiar a las personas semejantes a nosotros. Viví en el Vaticano qué significa discutir sobre la homosexualidad. No es informarse sino ridiculizar y desacreditar con estereotipos a la comunidad gay.

Si siempre tuvo claro cuál era su orientación sexual, ¿qué lo llevó a confesarlo recién ahora?
Me llevó mi tiempo. Formé parte durante doce años de la Congregación para la Doctrina de la Fe, una de las oficinas más importantes del Vaticano y, al mismo tiempo, la principal agencia homófoba de la Iglesia. El coming out tiene tres fases: la más dolorosa, que es delante de uno mismo; luego la confesión a las personas queridas y a los amigos; y por último, decirlo a la luz del sol. El último envión fue el amor de mi pareja, ese amor que la Iglesia Católica desprecia, humilla y condena. Imaginate: los documentos de la Congregación llaman “inhumano” al amor homosexual. He hecho lo que aprendí de Jesús: el testimonio. Di mi testimonio. Soy gay y soy un buen cura. He trabajado durante años para la Iglesia, intenté comprender sus razones, me esforcé en obedecer todas su reglas durante la mayor parte de mi vida. Y ahora le debo decir: soy gay, estoy feliz, me siento orgulloso de mi identidad y exijo que mi Iglesia abra los ojos a la realidad.

¿Se lo aconsejaría a los cientos, miles, de curas gay que usted conoce?
Claro que sí. Ellos también deben salir del armario. No es sólo un consejo, es un deber de coherencia, una obligación. Sé que muchos no lo harán para no perder la carrera, la vida egoísta y tranquila que nos proporciona el Vaticano.

¿Cree que, si hubiera sido discreto, usted habría podido llevar adelante su carrera vaticana y su relación personal con Eduard, su pareja?
Por supuesto. Más de uno me lo ha sugerido en el Vaticano y conozco muchos prelados que se manejan así, manteniendo relaciones sentimentales con hombres o con mujeres y llevando adelante el ejercicio de su rol dentro de la Iglesia. Es el gran riesgo de la doble vida dentro del clero. Yo no he tenido una doble vida. Tuve un período de crecimiento en el amor que me ha ayudado a salir del trauma de homosexual negado.

¿Cuánto tiempo hace que Eduard y usted están juntos?
El suficiente como para comprender que entre nosotros hay un profundo amor y ese amor me ha convertido en mejor cura.

Pero usted ya no es más cura.
No puedo ejercer mi sacerdocio, pero la ordenación no me la pueden quitar. Seré cura hasta que me muera.

¿Piensa casarse?
Es una respuesta que deberíamos dar con Eduard, los dos juntos. Este no es el momento, pero ya saldremos a hablar públicamente. Podría decir que la unión civil está entre mis sueños. Habría que ver qué opina Eduard. No hay razones teológicas por las cuales la Iglesia pueda oponerse a la unión civil de personas del mismo sexo. Porque no es su asunto. Asunto suyo es el matrimonio sacramental. La Iglesia puede tener su posición, pero no en un asunto laico de un estado democrático que debe gestionar el bien común no sólo de los católicos.

Desocupado y en ropa de civil, Krzysztof Charamsa dice que se mudó aquí, a Barcelona, con lo puesto. “No he podido ni siquiera levantar mi biblioteca. Mi despacho está cerrado y hasta las monjitas que regentean el hogar de ancianos donde celebraba misa se despidieron de mí diciéndome cosas espantosas”, lamenta. Prefiere no dar detalles de su vida doméstica pero los diarios catalanes ya hablan de que el ex monseñor Charamsa y Eduard Planas se mudarán al Gayxample, la zona más gay friendly del Eixample barcelonés.

El 3 de octubre, Krzysztof Charamsa fechó tres cartas. Una para el papa Francisco, otra para el rector del Pontificio Ateneo Regina Apostolorum y la última para el rector de la Pontificia Universidad Gregoriana, dos de las casas de estudios más prestigiosas de Italia donde el ex monseñor era profesor de Teología.

“Santo Padre, querido Francisco (...). Luego de un tiempo largo y sufrido de discernimiento interior y de plegaria, delante de Dios y con plena consciencia de la gravedad del momento, he tomado la decisión de rechazar públicamente la violencia de la Iglesia frente a las personas homosexuales, lesbianas, bisexuales, transexuales, intersexuales –escribió Charamsa al Papa–. Siendo también yo un hombre de orientación homosexual, no puedo más seguir soportando el odio homofóbico de la Iglesia, la exclusión, la marginalización y la estigmatización de las personas como yo que son continuamente ofendidas en su dignidad y en sus derechos humanos, negados y doblegados por esta Iglesia violenta y por sus fieles.”

Y agrega: “Le agradezco algunas de sus palabras y gestos de Pontífice frente a las personas homosexuales. Pero sus palabras tendrán valor sólo y exclusivamente cuando borre todas las declaraciones del Santo Oficio, ofensivas y violentas, sobre las personas homosexuales, hasta que arranque la instrucción obscena de Benedetto XVI que prohíbe la admisión al sacerdocio de personas homosexuales”.

¿Cree que si Francisco hubiera podido decidir sobre su situación sin el contexto y las presiones del Vaticano su destino habría sido diferente?
Sin duda. El papa Francisco es una esperanza para las personas homosexuales. Francisco es revolucionario. Es el primer papa que ha utilizado la palabra “estigmatización” y le empezó a hablar a esta mentalidad católica que está muy afuera del Vaticano. Monseñor Piero Marini, que fue ceremonial del papa Juan Pablo II, fue la primera persona que Francisco recibió en audiencia privada. Luego de verlo, Marini dijo: “Con el papa Francisco hemos empezado a vivir. Es como salir de una oscuridad. Tenemos de nuevo derecho a discutir, a hablar claramente”. El problema del Vaticano es que este rechazo a la apertura que propone el papa Francisco no es racional. La Congregación para la Doctrina de la Fe debería estudiar los temas de manera científica, pero el rechazo es casi ideológico. Por eso yo sufría ahí. Tenía que estudiar cosas a escondidas porque, de lo contrario, estaba sospechado. El problema del Vaticano es que no tenemos ninguna comisión interdisciplinaria.

Usted hizo su confesión un día antes de la inauguración del Sínodo sobre la Familia impulsado por el Papa. ¿Cómo evalúa sus resultados?
Eso fue también parte de mi denuncia. He visto cómo día tras día se boicoteaba la propuesta de Sínodo del papa Francisco. La Congregación para la Doctrina de la Fe no ha promovido ningún estudio serio que el Papa ha pedido. No hemos tratado seriamente la voluntad de nuestro jefe, que es el Papa. La Congregación ha hecho una auténtica guerra contra el divorcio sin un verdadero estudio, que era lo que el Papa había pedido que hiciéramos. Francisco quiere que empecemos a estudiar, a pensar sobre la familia, la sexualidad, el matrimonio. El Sínodo ha dicho la verdad sobre la Iglesia Católica, que actualmente es paranoica, irracional y promotora del odio homofóbico en un mundo donde justamente la homofobia se ha transformado en algo punible para las leyes de muchos estados. La Congregación es la vieja Inquisición que se ocupa de la defensa de la verdadera fe, de la doctrina de la Iglesia. Es la responsable de la defensa delante de las herejías.

El papa Paulo VI, en el Concilio Vaticano II, decidió que no podíamos más perseguir a las personas por herejía, que ésa no es la función de la Iglesia, sino que debíamos promover positivamente la fe y no perseguir suscitando miedo. Podían darse situaciones en las cuales la Iglesia tuviera que corregir a alguien, pero debía hacerse con humildad, con misericordia, con caridad. Paulo VI decía que la verdad no existe sin caridad. Cuando uno ve esta reforma de la Inquisición pareciera escuchar las palabras del papa Francisco cuando dice: “Yo no quiero Inquisición en la Iglesia, quiero estudio”. En mi Congregración se decía: “Ah, este hombre no conoce la Teología”. Francisco es un teólogo fantástico. Sabe adónde ir. Es consciente de que no cuenta con el tiempo para leer toda la biblioteca, pero que a la vez tiene que saber dónde están las ideas fuertes, dónde están las preguntas importantes. Es un hombre fiel al Evangelio, a Dios y, al mismo tiempo, es muy sensible a la humanidad. Conoce bien la situación de las personas en sus vidas cotidianas. Francisco dice que no podemos estar desconectados de la realidad, que si desconectamos la religión nos volvemos defensores de doctrinalismos fríos y de normas frías, y que esos fríos principios no le sirven a nadie. Y que eso es como matar a la comunidad creyente. Este es un diagnóstico muy duro.

En su carta al rector del Pontficio Ateneo Regina Apostolorum que envió con copia al decano de la Facultad de Teología de donde era profesor, Charamsa se sincera: 
“Deseo compartir con usted mi decisión de hacer público que soy una persona homosexual. Estoy orgulloso y feliz de poder finalmente expresar mi identidad, libre de deshumanos pesos psicológicos, injustificados sentimientos de culpa, traumas de complejos y de estrés, acusaciones de enfermedad y de desviación. Comparto con usted y, a través suyo, con toda nuestra joven comunidad académica, esta experiencia de liberación del odio, del desprecio y del miedo de uno mismo, inculcada diabólicamente en la estigmatización de las personas pertenecientes a las minorías sexuales de nuestra comunidad católica”.

¿Alguien le respondió?
Mi obispo. Me pidió que, para evitar la expulsión, me retractara respecto de lo que dije.

¿Quiere decir que si usted admite que fue un error, que se confundió, que en realidad creyó que era gay pero que no lo es, la Iglesia le vuelve a abrir sus puertas?
Seguramente no volvería al lugar que yo había alcanzado luego de 17 años en Roma. Pero sí, podría volver a ejercer el sacerdocio.

Ahora que está comprobando lo que es vivir fuera de la Iglesia, ¿no considera esa posibilidad?
Jamás. Soy el hombre más feliz del mundo.

Fuente:
www.clarin.com

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