PROGRAMA Nº 1168 | 24.04.2024

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Los Templarios – Segunda Parte

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Hay un hecho extraño ya en los inicios del Temple que cuestiona el sentido mismo de la Orden. Durante los nueve primeros años no se incrementaron nuevos caballeros ni entraron en combate y, a decir de algunos de los testimonios, se temía ese momento pues aunque tenían adeptos no se les había preparado. Si a ello se suma la mencionada inconsistencia teológica, cabe pensar que sus fines o al menos sus objetivos más importantes fueran otros. En este sentido, no es de extrañar que su historia aparezca especialmente ligada a las sagradas reliquias: la Lanza de Longinos, el Sudario de Jesús, el santo Grial o el propio Arca de la Alianza.

En tiempos de Salomón fueron colocadas, junto al Arca, en el santa sanctórum del Templo que mandó construir. Maimónides, filósofo árabe, citaba a propósito de ello la existencia de una cavidad secreta bajo el Templo con el objeto de esconderlo en caso de destrucción, como así sucedió. Y en el que presumiblemente los templarios estuvieron excavando. Con el Arca, debieron encontrar además patrones y medidas propias de la geometría sagrada empleada para el Templo de Salomón y que después utilizarían en la construcción de las catedrales góticas. Atrevida suposición, pero de alguna manera explicaría, por otro lado, la repentina irrupción del estilo gótico en la Europa de 1130, un enigma que la investigación histórica siempre se ha cuestionado.

Tan distinto del románico, que le precede, el gótico tiene un refinamiento y una complejidad que no puede considerarse evolucionada del románico y, sin embargo, aparece de repente, casi siempre en las abadías cistercienses íntimamente ligadas a la fundación del Temple. Si el románico llega a su plenitud después de múltiples mejoramientos a partir del estilo romano y bizantino, el gótico, comparativamente mucho más complejo, surge sin embargo, sin solución de continuidad, de golpe, completo y total. Aparece después de la primera cruzada y especialmente tras el retorno de los Caballeros templarios con su secreto, de estimarse dicha suposición.

Tras los reveses de la séptima cruzada, Gregorio X deseaba integrar las distintas fuerzas religiosas que actuaban en Tierra Santa con el fin de presentar un frente único y más fortalecido ante el asedio de los musulmanes. Así, en el Concilio de Lyon que convocó en 1274 se planteó reunir las órdenes del Temple y de los Hospitalarios, pero la negativa de los reyes de Castilla y de Aragón hizo fracasar la iniciativa. La propuesta se volvió a plantear años más tarde, durante el pontificado de Clemente V, con la negativa en este caso de Jacques de Molay, gran maestre del Temple en este período. Incluso el monarca francés Felipe IV -que, más allá de la táctica política o militar en Jerusalén, intentaba poner límites al poder del Temple- llegó a plantear la integración de las órdenes militares religiosas bajo el mando único de uno de sus hijos.

El rechazo a la fusión por parte de los templarios, dejaba el campo libre para sus enemigos, que intentaron desde ese momento debilitarles. Las primeras acusaciones, sirviéndose de simples rumores infundados, se presentaron en el Cónclave de Perugia de 1305, en la región de Agen, por un personaje anónimo hasta entonces, Esquiú de Floyrano. A partir de ese momento, se buscaron testigos de cargo entre quienes fueron excluidos o expulsados de la orden e incluso se introdujeron espías, todo ello bajo la instrucción de Guillaume de Nogaret, arzobispo de Narbona y hombre de confianza del monarca francés.

Los motivos del procesamiento de los templarios, provenían fundamentalmente de los recelos generados por su enorme poder y riqueza. Cuando Felipe IV informó al papa Clemente V, obtuvo de inmediato la autorización. En la mañana del viernes 13 de octubre de 1307 -fecha que a partir de entonces comienza a considerarse fatídica por la superstición popular- los soldados conducidos por emisarios del Rey se presentaron en todas las Encomiendas templarias para arrestarlos, curiosamente, sin oposición alguna por su parte. Se les requisaron sus bienes y se hicieron públicas sus acusaciones.

Es evidente que si se dispusiera de los archivos de las diversas Encomiendas, se haría rápidamente la luz sobre su procesamiento. Sin embargo todavía no ha aparecido nada en este sentido, lo que hace sospechar que la mayoría de los papeles fueron destruidos. Sobra decir que el procedimiento carecía de cualquier garantía, por no decir de cualquier presunción de veracidad. Dado que no había intención de esclarecer los hechos sino más bien la de someter y, por tanto, condenar a un movimiento política y religiosamente muy influyente. No obstante, la investigación histórica coincide en señalar los siguientes puntos de condena:

- En la celebración de la misa, los capellanes de la orden no consagraban la hostia, convirtiéndola en una ceremonia pagana.

- Los templarios estaban autorizados y además se les animaba a practicar la sodomía y otras perversiones sexuales.

- La ceremonia oficial de admisión a la Orden era seguida de otra secreta durante la cual el postulante era invitado a escupir sobre la cruz y a renegar de Cristo.

- En los rituales secretos, sus dignatarios adoraban una cabeza que tenía aspecto diabólico y a la que denominaban Bafomet.

Desde el más simple sentido común, no cabe pensar que gentes que entregaban su patrimonio y ofrecían su vida por la defensa de unos ideales acabaran realizando prácticas contradictorias con su credo. Tal vez pudieron existir abusos localizados, pero en todo caso no dejarían de ser la excepción que confirma la regla. Incluso entre los mismos apóstoles, en otro orden de cosas, se produjeron hechos puntuales que socavarían la cohesión del grupo… Pedro, por ejemplo, negó por tres veces a Jesús y Judas le traicionó. Pero no por ello se invalida la actuación de los apóstoles, ni tan siquiera la de Pedro, considerado por el contrario cabeza misma de la Iglesia.

En relación con el primer punto mencionado, la fórmula empleada en la consagración al comulgar es un asunto de pura liturgia y no tiene nada que ver ni cuestiona en absoluto la fe de sus practicantes. El siguiente supuesto, el rito consistente en escupir la Cruz, mencionado en segundo lugar, resulta más controvertido sin duda. Pero representaba una manera explicita y atrevida, sin falsos miramientos, de negar al Cristo crucificado -demasiado presente dentro de la dogmática católica e incluso, dentro del arte, en la propia iconografía cristiana- en favor de un Cristo resucitado y glorificado. Era una manera de recuperar la dignidad cristiana, que de lo contrario podía interpretarse en términos de tibieza o de fracaso.

Inicialmente, las acusaciones vinieron por el sello de la orden, la bula, moldeada en plomo y plata, y en la que se representaba un caballo montado por dos caballeros templarios. Su origen se remonta a los momentos de la fundación, cuando Balduino II les ofreció su palacio, cerca de los restos del que fuera antiguo templo de Salomón. Entonces recibieron el apodo de Pobres Soldados del Templo de Salomón, pues carecían de patrimonio -cosa que cambiaría poco tiempo después.

Su modestia inicial era puesta de manifiesto al compartir un solo caballo, como aparecía en el sello, pero también se quería dar con ello un significado de hermandad. Los dos caballeros representaban la dualidad del mundo de la manifestación, pero unida por lazos de amor y de fraternidad. Frente a la iconografía triunfante del caballero sobre su caballo, propio de las representaciones ecuestres posteriores, la simbología del sello implicaba la unidad de acción de un colectivo humano en un mismo espíritu de servicio… es decir, querían mostrar la idea de una Hermandad o de una Fraternidad propiamente dicha.

Lejos de entenderlo así, Felipe IV insinuó que los dos caballeros sobre una sola montura evocaban un acto de sodomía. Prefirió emplear la difamación al objeto, no de traer claridad sobre el proceso, sino de socavar y desprestigiar la legitimidad del Temple. Una interpretación que acabó imponiéndose sobre la originaria de sus fundadores al sumarse la ambigüedad de otras prácticas empleadas en sus ceremonias. Sacadas de su contexto ritualístico, e interpretadas tendenciosamente en términos de una moralidad distorsionada, no cabe duda que acabaran resultando controvertidas para la época.

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