PROGRAMA Nº 1164 | 27.03.2024

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¿CÓMO HIZO MOISÉS PARA CONTAR SU PROPIA MUERTE? (Segunda Parte)

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Durante siglos los lectores de la Biblia se preguntaron: ¿cómo hizo Moisés, autor de los cinco primeros libros bíblicos, para contar en el capítulo 34 del Deuteronomio su propia muerte? ¿Cómo se enteró del día, lugar y hora en que iba a fallecer, del duelo que harían los israelitas por él, y de los futuros detalles de su sepultura?

La pregunta era obligada, porque uno de los dogmas más firmes entre los estudiosos bíblicos fue, durante mucho tiempo, que Moisés era el autor del Deuteronomio. Sin embargo hoy ningún biblista serio piensa así. La misma Iglesia Católica ha abandonado ya esta postura, gracias a los hallazgos de las últimas décadas. ¿Quién escribió, entonces, el Deuteronomio, cuarto libro de la Biblia y uno de los más sagrados de todo el Antiguo Testamento?

Como mencionáramos en el programa anterior, con estos descubrimientos a mano, sólo faltaba alguien que pudiera hacer una síntesis y presentar una hipótesis satisfactoria. Entonces apareció en escena un genial pensador llamado JULIO WELLHAUSEN. Este protestante alemán recogió los datos nuevos que habían ido apareciendo, les dio mayor precisión científica, logró ponerles fecha, y en 1878 estuvo en condiciones de presentar, por primera vez, su nueva hipótesis que lo consagrará para siempre ante el mundo: la "teoría de los cuatro documentos", llamada también, en homenaje a él, "TEORÍA WELLHAUSENIANA". Según ésta, el Pentateuco no sería obra de Moisés sino el resultado de una compilación de cuatro escritos, que en un principio eran independientes y que luego se fusionaron en uno solo.

¿Cómo nacieron estos cuatro documentos, y qué contenían? El más antiguo de todos es el llamado documento Yahvista. Fue compuesto en Jerusalén alrededor del año 950 a.C, en tiempos del rey Salomón. Su autor era un gran teólogo y excepcional catequista. Comenzaba con la historia de Adán y Eva (de Gn 2), la vida en el Paraíso, el pecado original, el asesinato de Caín, el diluvio universal y la torre de Babel. Seguía después con la vida de Abraham, Isaac, Jacob, y José en Egipto. Luego contaba algunas cosas sobre la opresión egipcia, el nacimiento y la vocación de Moisés, las plagas de Egipto, ciertos episodios del monte Sinaí, y terminaba con la llegada de los israelitas a las puertas de la tierra prometida (Nm 25).

Los relatos del yahvista se distinguen en el Pentateuco porque están contados con un arte muy primitivo, llenos de colorido y atrevidos antropomorfismos. Presentan a Dios como alfarero, jardinero, cirujano, sastre, huésped de Abraham, interlocutor familiar de Moisés. Es decir, un Dios cercano, casi "humano", mezclado en la historia de los hombres. Cuando a la muerte de Salomón el país se dividió en dos, el reino del sur se quedó con la historia Yahvista. Entonces dos siglos más tarde, hacia el 750 a.C, un autor anónimo del reino del norte decidió componer otra obra que recogiera las tradiciones propias norteñas.

Este nuevo documento, llamado Elohista, relataba más o menos la misma historia que el Yahvista, sólo que era más breve pues comenzaba directamente con Abraham (Gn 15). Se lo distingue en el Pentateuco porque, a diferencia del Yahvista, evita describir a Dios con características tan "humanas". Sus relatos no muestran a Dios hablando con los hombres cara a cara sino desde el cielo, desde una nube, desde el fuego, a través de ángeles, o en sueños. El documento terminaba, igual que el Yahvista, con la llegada de los hebreos a la tierra prometida (Nm 25).

En el año 622 a.C, en unos trabajos de reparación del Templo de Jerusalén, fue descubierto en un viejo armario un código legal. Muchas de las leyes allí escritas ni siquiera eran conocidas por los judíos. A fin de revalorizarlas y hacerlas cumplir, los escribas del rey Josías crearon, en torno a él, una historia ficticia en la que Moisés, a punto de morir, daba al pueblo judío estas nuevas leyes para que las observaran. Así nació este tercer documento, llamado por ello Deuteronomista (= segundas leyes).

Cien años más tarde, cuando los israelitas fueron llevados cautivos a Babilonia, los sacerdotes decidieron escribir una nueva historia del pueblo de Israel, tal como lo habían hecho el Yahvista y el Elohista. Pero la novedad consistía en incluir, a lo largo del relato, una serie de leyes litúrgicas, de ritos y celebraciones, para que el pueblo no olvidara de cumplirlas en el país extranjero. El libro comenzaba, como el Yahvista, con la creación del mundo en seis días (de Gn 1), seguía con el diluvio universal, la historia de Abraham, Isaac y Jacob, la esclavitud de los israelitas en Egipto, la vocación de Moisés, la liberación y la alianza en el monte Sinaí, hasta la llegada de los israelitas a la tierra prometida (Nm 36).

Cuando los judíos regresaron del destierro y quisieron recopilar sus tradiciones, se dieron con que tenían cuatro relatos distintos de su pasado histórico. No queriendo perder ninguno de ellos, un compilador anónimo resolvió combinarlos en uno solo. Y nació así el Pentateuco. La fusión se hizo alrededor del año 450 a.C. y a la manera semita, es decir, yuxtaponiendo, pegando, cortando, sin preocuparse demasiado por armonizar las diferencias. Incluso dejando "duplicados". Por eso al analizar con cuidado la obra se descubren ciertas incoherencias, repeticiones y contradicciones en la narración. La obra tuvo un éxito tan grande que los cuatro documentos originales cayeron pronto en el olvido. Hasta se olvidó el nombre de aquél que los había unificado, y entonces el Pentateuco fue atribuido a Moisés.

Hasta aquí la teoría de WELLHAUSEN. Y, como era de esperar, encontró pronto un rechazo general en todas las Iglesias protestantes, donde había nacido. También los católicos la condenaron enérgicamente, y el 27 de junio de 1906 la Pontificia Comisión Bíblica declaraba que el Pentateuco era obra de Moisés, y prohibía cualquier enseñanza contraria. Frente al fracaso de su hipótesis, WELLHAUSEN escribió en 1883: "Sé qué las Iglesias rechazarán primero mis teorías durante cincuenta años, pero luego las admitirán en su credo con sutiles argumentos".

Tales palabras resultaron casi una predicción, porque sesenta años más tarde, en 1943, el Papa Pío XII publicó la encíclica "Divino Afflante Spiritu", en la que anunciaba que ya habían pasado los tiempos del miedo a la investigación, y que los biblistas católicos debían utilizar para sus estudios todas las ayudas de las ciencias modernas. Y en 1951 se publicó una traducción francesa del Génesis, en la que se incluía por primera vez, con permiso oficial, la teoría de los cuatro documentos. Se había cumplido brillantemente la predicción de WELLHAUSEN.

Aunque la "TEORÍA DE LOS CUATRO DOCUMENTOS" sufrió hoy algunas transformaciones y fue retocada en los detalles, la genial intuición de WELLHAUSEN perdura todavía: el Pentateuco es una obra que expresa el espíritu de Moisés, pero escrita por varias generaciones de teólogos, historiadores, catequistas, juristas, sacerdotes y liturgistas, todos ellos inspirados por Dios para componer esta monumental epopeya sagrada.

La teoría de WELLHAUSEN ayuda a los lectores modernos, por una parte, a no interpretar ingenuamente estos cinco libros como si hubieran sido escritos de corrido por una sola persona, a fin de entender mejor el complejo mensaje que encierran. Y por otra, a admirar aún más la grandeza de Dios, que buscó el aporte de tantos autores anónimos para la confección de la obra más preclara del Antiguo Testamento.

Ariel Álvarez Valdés
Biblista

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