Los
murmullos cesaron en el ruidoso andén de la vieja estación romana del
ferrocarril. En aquel otoño de 1934, aunque la tarde era tibia, empezaban ya a
sentirse los vientos invernales que soplaban desde las montañas.
Ensordecidos
por el estruendo de la caldera de la locomotora que había partido de Frankfurt
varias horas antes y ahora exhalaba un chorro de vapor para liberar su carga,
la angustia de decenas de espectadores que aguardaban en el andén había llegado
a su fin. Salir de Alemania era toda una aventura y la llegada a Roma de la
locomotora sin duda había alegrado los rostros de los espectadores.
Hermine
Speier bajó la escalera metálica luciendo su nueva mascada blanca, de seda, que
había comprado con sus últimos ahorros especialmente para la ocasión. Sus ojos
se posaron en la figura familiar que la esperaba con los brazos abiertos, su
maestro en la Universidad de Heidelberg la persona que la había atraído como un
imán a al estudio de la arqueología y que ahora la miraba descender del tren,
complacido y sonriente.
—“Así es como la recuerdo, jovial y
alegre. Bienvenida a Roma.”
—“Gracias profesor” —respondió, atándose
la mascada al dedo medio mientras arrastraba su pequeña maleta, gastada en los
bordes— “Es lo único que pude traer.
Créalo o no, estoy siguiendo sus pasos. No es agradable que a una le digan que
ya no puede seguir trabajando en la Universidad y en el país, especialmente por
ser judía.”
Pero
Ludwig Curtius tenía una sorpresa para ella.
—“Spinny” —le dijo, recordando
el apodo con el que la llamaban sus amigos cercanos— “he hablado con el Director general de los Museos Vaticanos, mi amigo
Bartolomeo Nogara para que usted empiece a organizar la colección fotográfica.
Será la primera mujer en trabajar como profesional en el Vaticano. El mismo
Papa le dará la bienvenida. ¿Se imagina? la primera mujer…”
—“La primera mujer… y además, judía.”
Hermine
Speier fue recibida y confirmada en su puesto por Pío XI este pregunto: “¿De qué religión es Hermine Speier?” Y
cuando le dijeron que judía, afirmó: “una
razón más para contratarla”. Así empezó a trabajar de inmediato en los
enormes salones del Museo. Fue la primera mujer laica en trabajar en el
Vaticano, aparte de las monjas y del personal eventual de servicio. Allí, el
eco de sus tacones hizo revolotear a las palomas y creó el marco propicio para que la
Ilustración teutona penetrara por las rendijas de los pasillos vaticanos.
Pocos
años después de su llegada a Roma, en 1943, mientras la bota nazi se teñía de
la sangre que manaba a su paso por la campiña romana, Hermine Speier hubo de
dejar la apacible tranquilidad de su morada vaticana para escapar hacia las
Catacumbas de Santa Priscila en la vía Salaria. La ferocidad alemana arremetía
contra la comunidad judía de Roma y Hermine Speier tuvo que refugiarse en la
casa de las religiosas de Santa Priscila. Este acuerdo se produjo a través del
sobrino del Maestro Pontificio de Ceremonias.
El
escondite era muy seguro: en el caso de que la casa fuese tomada, Speier y los
otros “evadidos” podrían escapar a través de un túnel secreto cercano a las
catacumbas, como hacían los cristianos perseguidos muchos siglos antes. Después
de la guerra, Speier se convertiría al catolicismo, y su familia cortó lazos
con ella.
Su
historia se puede leer de distintas maneras y a través de perspectivas
diferentes: como una página de la historia de los intelectuales judíos
emigrados de Alemania, como un paso importante en la afirmación de la presencia
femenina en el Vaticano, o como un importante momento en el trabajo llevado a
cabo por la Santa Sede en los años '30 y en los '40 para ayudar a una minoría
perseguida”.
Pero
es la historia de una arqueóloga, que desde una mirada más cercana, aparece
como una parábola rica de significado. Una judía alemana, estudiante de los
Clásicos, que encuentra refugio en el Vaticano durante las noches más negras de
la barbarie del siglo XX, y que descubre que a la sombra de Pedro, un sitio en
el que refugiarse y dar testimonio del sentido del humanismo que es la herencia
más grande del 'más auténtico espíritu alemán'. Este encuentro entre el
humanismo alemán, el judaísmo y el cristianismo es único para reflexionar
y meditar.