PROGRAMA Nº 1167 | 17.04.2024

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FIESTA DE LA VISITACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

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Poco después de la narración de la anunciación, el evangelista Lucas nos guía tras los pasos de la Virgen de Nazaret hacia “una ciudad de Judá” (Lc 1, 39). Según los estudiosos esta ciudad debería ser la actual Ain-Karim, situada entre las montañas, no distante de Jerusalén. María llegó allí “con prontitud” para visitar a Isabel su pariente.

El motivo de la visita se halla también en el hecho de que, durante la anunciación, Gabriel había nombrado de modo significativo a Isabel, que en edad avanzada había concebido de su marido Zacarías un hijo, por el poder de Dios: “Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible a Dios” (Lc 1, 36-37).

El mensajero divino se había referido a cuanto había acontecido en Isabel, para responder a la pregunta de María: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1, 34). Esto sucederá precisamente por el “poder del Altísimo”, como y más aún que en el caso de Isabel. Así pues María, movida por la caridad, se dirige a la casa de su pariente. Cuando entra, Isabel, al responder a su saludo y sintiendo saltar de gozo al niño en su seno, “llena de Espíritu Santo”, a su vez saluda a María en alta voz: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno” (Cf. Lc 1, 40-42). Esta exclamación o aclamación de Isabel entraría posteriormente en el Ave María, como una continuación del saludo del ángel, convirtiéndose así en una de las plegarias más frecuentes de la Iglesia. Pero más significativas son todavía las palabras de Isabel en la pregunta que sigue: “¿de donde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?” (Lc 1, 43). Isabel da testimonio de María: reconoce y proclama que ante ella está la Madre del Señor, la Madre del Mesías. De este testimonio participa también el hijo que Isabel lleva en su seno: “saltó de gozo el niño en su seno” (Lc 1, 44). El niño es el futuro Juan el Bautista, que en el Jordán señalará en Jesús al Mesías.

En el saludo de Isabel cada palabra está llena de sentido y, sin embargo, parece ser de importancia fundamental lo que dice al final: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1, 45). Estas palabras se pueden poner junto al apelativo “llena de gracia” del saludo del ángel. En ambos textos se revela un contenido mariológico esencial, o sea, la verdad sobre María, que ha llegado a estar realmente presente en el misterio de Cristo precisamente porque “ha creído”. La plenitud de gracia, anunciada por el ángel, significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada por Isabel en la visitación, indica como la Virgen de Nazaret ha respondido a este don.

¡Sí, verdaderamente “feliz la que ha creído”! Estas palabras, pronunciadas por Isabel después de la anunciación, [luego] a los pies de la Cruz, parecen resonar con una elocuencia suprema y se hace penetrante la fuerza contenida en ellas. Desde la Cruz, es decir, desde el interior mismo del misterio de la redención, se extiende el radio de acción y se dilata la perspectiva de aquella bendición de fe. Se remonta “hasta el comienzo” y, como participación en el sacrificio de Cristo, nuevo Adán, en cierto sentido, se convierte en el contrapeso de la desobediencia y de las incredulidades contenidas en el pecado de los primeros padres. Así enseñan los Padres de la Iglesia y, de modo especial, San Ireneo, citado por la Constitución Lumen gentium: “El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe”.

A la luz de esta comparación con Eva los Padres -como recuerda todavía el Concilio- llaman a María “Madre de los vivientes” y afirman a menudo: “la muerte vino por Eva, por María la vida”. Con razón, pues, en la expresión “feliz la que ha creído” podemos encontrar como una clave que nos abre a la realidad íntima de María, a la que el ángel ha saludado como “llena de gracia”. Si como a llena de gracia ha estado presente eternamente en el misterio de Cristo, por la fe se convertía en partícipe en toda la extensión de su itinerario terreno: “avanzó en la peregrinación de la fe” y al mismo tiempo, de modo discreto pero directo y eficaz, hacía presente a los hombres el misterio de Cristo. Y sigue haciéndolo todavía. Y por el misterio de Cristo está presente entre los hombres. Así, mediante el misterio del Hijo, se aclara también el misterio de la Madre.

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